“Siempre es difícil describir un mito; no se deja atrapar ni delimitar; ronda las conciencias sin afirmarse nunca frente a ellas como un objeto definitivo. Es tan ondulante, tan contradictorio, que a primera vista nunca se capta su unidad: Dalila y Judit, Aspasia y Lucrecia, Pandora y Atenea: la mujer es a un tiempo Eva y la Virgen María. Es un ídolo, una criada, la fuente de la vida, una potencia de las tinieblas, es el silencio elemental de la verdad, es artificio, charloteo y mentiras, es la sanadora y la bruja; es la presa del hombre, es su pérdida, es todo lo que [él] no es y desea tener, su negación y su razón de ser” (Simone de Beauvoir: El segundo sexo. Madrid: Cátedra/UPV, 6ª edición, 2015, p. 229)
El cuarto largometraje de Berlanga es seguramente uno de los más populares de su filmografía y también, pese a su aparente tono de luminosa fábula de fraternidad, uno de los más teóricos y misteriosos. Calabuch se ubica en un idealizado espacio de supervivencia. Incrustado, junto al mar, en la dolida España franquista, el escenario de concordia habitado por gente sencilla, afable y solidaria, es el refugio último de los apátridas. Aunque parece que le da la espalda, «Calabuch» mira otra vez con cínica atención a la España rota del franquismo para diseccionarla y juzgarla con severidad
Dios creó al hombre sólo para divertirse. Ese parece haber sido también el cometido de Luis García-Berlanga al hacer cine, naturalmente echando mano primero de un principio egoísta que en este cineasta ha sido fundamental: para que el espectador lo pase bien, primero he tenido que divertirme yo. El talento de Berlanga radica en el caos. Convertir el caos en inspiración: eso es exactamente el mediterráneo.
Berlanga vuelve a situar sus cámaras en otro pequeño pueblo olvidado de la península y anclado en el pasado, Fontecilla, y a observar con detenimiento a un grupo seleccionado de figuras idiosincráticas y sus movimientos. «Los jueves, milagro» se estructura en dos bloques bien diferenciados. El primero, dominado por la hilarante representación de las fuerzas vivas, funciona magníficamente al forzar los mecanismos humorísticos y de observación presentados antes para concretar una radiografía moral bien certera. El segundo, guiado sobre todo por el visitante, pierde fuelle malicioso hasta puntualizar el cuento de esperanza. No en balde, estamos ante el que probablemente sea el film más manipulado y maltratado por la censura de toda la producción del realizador.

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