Ken Loach nació en 1936 en Nuneaton, Reino Unido. Asistió al colegio King Edward VI de su ciudad natal y luego cursó Derecho en la facultad St. Peter’s Hall de la Universidad de Oxford. Desde muy joven trabaja en el teatro y en 1962 lo contrata la BBC como director de diferentes programas y su primera serie fue Z Cars (1962). El prolífico director simultanea televisión y cine desde finales de los sesenta, con películas como Poor Cow (1967) hasta llegar al último estreno del año pasado: El viejo roble (2023). Entre nosotros el título que mayor repercusión ha tenido es Tierra y libertad (1995), dedicada a relatar el compromiso de un brigadista británico en la guerra civil española. El universo fílmico de Ken Loach se desenvuelve en lo que se califica como cine social de fuerte compromiso político a partir de las injusticias cometidas por el thatcherismo. Desde esta perspectiva ideológica dirige títulos que van desde Lloviendo piedras (1993), Felices dieciséis (2002) El viento que agita la cebada (2006) (Palma de Oro en el Festival de Cannes 2006), Buscando a Eric (2009), hasta La parte de los ángeles (2012) o Yo, Daniel Blake (2016), (Palma de Oro en el Festival de Cannes 2016), entre más de una treintena de largometrajes.
“Siempre es difícil describir un mito; no se deja atrapar ni delimitar; ronda las conciencias sin afirmarse nunca frente a ellas como un objeto definitivo. Es tan ondulante, tan contradictorio, que a primera vista nunca se capta su unidad: Dalila y Judit, Aspasia y Lucrecia, Pandora y Atenea: la mujer es a un tiempo Eva y la Virgen María. Es un ídolo, una criada, la fuente de la vida, una potencia de las tinieblas, es el silencio elemental de la verdad, es artificio, charloteo y mentiras, es la sanadora y la bruja; es la presa del hombre, es su pérdida, es todo lo que [él] no es y desea tener, su negación y su razón de ser” (Simone de Beauvoir: El segundo sexo. Madrid: Cátedra/UPV, 6ª edición, 2015, p. 229)
El cuarto largometraje de Berlanga es seguramente uno de los más populares de su filmografía y también, pese a su aparente tono de luminosa fábula de fraternidad, uno de los más teóricos y misteriosos. Calabuch se ubica en un idealizado espacio de supervivencia. Incrustado, junto al mar, en la dolida España franquista, el escenario de concordia habitado por gente sencilla, afable y solidaria, es el refugio último de los apátridas. Aunque parece que le da la espalda, «Calabuch» mira otra vez con cínica atención a la España rota del franquismo para diseccionarla y juzgarla con severidad
Dios creó al hombre sólo para divertirse. Ese parece haber sido también el cometido de Luis García-Berlanga al hacer cine, naturalmente echando mano primero de un principio egoísta que en este cineasta ha sido fundamental: para que el espectador lo pase bien, primero he tenido que divertirme yo. El talento de Berlanga radica en el caos. Convertir el caos en inspiración: eso es exactamente el mediterráneo.

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