Para hacerse una mejor idea del desafío que supuso en su momento Los jueves, milagro hay que comparar la película con el cine religioso tan prolífico durante los primero momentos de la dictadura franquista: si aquella filmografía edificante quería proveer a los espectadores de modelos de vida recta y beatífica, Berlanga en cambio buscaba denunciar las trapacerías que se esconden muchas veces detrás de acciones aparentemente modélicas. Es evidente que la película mantiene mucho más que un aire de familia con la siguiente película que el director valenciano rodó, Plácido, cuya trama subrayaba el papel preponderante que jugaba la hipocresía en el mantenimiento del statu quo social y político del nacionalcatolicismo.
Y es que los guiones de Berlanga rezuman una idea del ser humano —cierta concepción antropológica, cabría decir— nada halagadora. El espécimen humano es un bribón que actúa movido por la satisfacción de sus intereses más espurios, sin que esto suponga un beneficio para la comunidad. Es muy sabido que la censura intervino para corregir tanta desviación de la ortodoxia católica y la preceptiva franquista vigente en aquellos momentos. Hasta el punto de que el mismo Berlanga intentó infructuosamente que el Padre Garau —el censor que rehizo la segunda parte y el final de la película— figurara en los títulos de crédito como co-guionista.
Entrada gratuita, pero aforo muy limitado por la pandemia
Un pequeño pueblo español decide seguir el ejemplo de Fàtima, Lourdes y otros lugares que han progresado gracias a las apariciones de carácter religioso y decide inventarse un milagro que promocione el balneario del lugar, que atraviesa horas bajas. Para conseguirlo, el alcalde, el maestro, el médico, el terrateniente y el propietario del balneario deciden organizar la aparición de un santo, santo Dimas.
Pero al poco tiempo aparece en el pueblo un personaje misterioso que parece estar al corriente de todas las maquinaciones urdidas por los farsantes. El personaje, que se presenta a sí mismo como un mago, afirma ser capaz de llevar a buen término el fraude. Al final de la película, sin embargo, nada acaba como habían previsto inicialmente los urdidores del engaño y la fe sencilla y acrítica de los más humildes parece imponerse finalmente a la impostura de los más poderosos.