Un héroe rousseauniano
Tarzán en Nueva York
  • Tarzán en Nueva York (1942)
    Tarzán en Nueva York (1942)
Esta película se enmarca dentro del ciclo «Cómic y cine. Del tebeo a la pantalla», en el que se proyectan películas de los personajes más clásicos de la historieta norteamericana que nacieron entre 1900 y 1950, período comprendido en la exposición temporal que les sirve de referencia —«La eclosión de los clásicos»—. Quizás la película de 1942 sea una de las producciones de Tarzán más recordadas de todas las estrenadas hasta la fecha. Fue la última producción de la Metro sobre el personaje cimarrón y la sexta vez en la que interpretaron los papeles protagonistas Johnny Weissmüller y Mauren O’Sullivan.
2/05/2018

Cuando Montaigne conoció a un puñado de indígenas americanos que alguien había traído ante el rey de Francia elogió la salubridad de sus costumbres naturales, sobre todo comparadas con las de sus congéneres católicos y protestantes, que por aquel entonces se mataban unos a otros sin demasiadas contemplaciones. Pero fue sobre todo Rousseau quien más contribuyó a apuntalar filosóficamente la idea del buen salvaje: el hombre es por naturaleza bueno —afirmaba— es la sociedad la que lo hace malo. El philosophe ginebrino daba así la vuelta a otra teoría de la naturaleza humana, la de Hobbes, que un siglo antes había defendido exactamente lo contrario: hace falta que un poder fuerte —el Estado— porque si no los hombres, en estado de naturaleza, estarían en guerra continua entre ellos. Porque el hombre, ya se sabe, es un lobo para el hombre.

Fotograma de la película

Rousseau fue quien más contribuyó a apuntalar filosóficamente la idea del buen salvaje: el hombre es por naturaleza bueno —afirmaba— es la sociedad la que lo hace malo

No ha habido mejor encarnación del mito del buen salvaje que Tarzán, un bebé que crece entre animales salvajes que cuidan de él. Mucho antes que llegara la moda bio o eco, Tarzán ya ejemplificaba una vida perfectamente natural. Y en medio de la selva, además, había conseguido desarrollar una moral también natural que le permitía distinguir rápida e intuitivamente entre el bien y el mal. Esa moral supuestamente natural contrastaba, de hecho, con la moral mezquina e interesada de los hombres civilizados que descubrían tan admirable criatura situada en medio de la frontera entre hombre y animal.

Fotograma de la película

Mucho antes que llegara la moda bio o eco, Tarzán ya ejemplificaba una vida perfectamente natural, con una moral también natural que le permitía distinguir rápida e intuitivamente entre el bien y el mal

Ese será precisamente uno de los tópicos de las primeras películas de Tarzán y especialmente la que proyectamos en el ciclo, Tarzán en Nueva York. Cuando el Rey de la Selva visite la metrópoli, los espectadores descubrirán otro tipo de barbarie, la civilizada. La idea no es nueva: King Kong ya explotaba el recurso. Y Diderot, allá por el siglo XVIII, también habló de la barbarie de los pueblos civilizados. Pero la idea no sólo tenía antecedentes, también tuvo secuelas: cuarenta y cinco años después del estreno de Tarzán, una película que utilizaba los mismos ingredientes mitopoyéticos —con la idea de moral natural incorporada— lograba un éxito de taquilla inopinadamente espectacular. Se llamaba Cocodrilo Dundee. Y una parte de la película también transcurría en Nueva York.

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