El declive del macho americano
CINEMA A L'ESTIU
  • El declive del imperio americano (Denys Arcand, 1986)
    El declive del imperio americano (Denys Arcand, 1986)
Por el largometraje deambulan hombres y mujeres que viven situaciones desparejas. Es evidente que el film tiene mucho de retrato generacional —si bien su tesis podría ser perfectamente atemporal— y que el masculino es el flanco sobre el que el director descarga la mayor parte de su artillería crítica: ese gran macho americano —entiéndase: occidental— seguro de sí mismo y de sus capacidades intelectuales que no tiene ningún reparo en hacer compatible el compromiso matrimonial con el excursionismo sexual periódico. Las mujeres de la película, en cambio, se esfuerzan por desembarazarse de la ruta marcada y buscan su propio itinerario emocional. Un camino personal en el que la satisfacción del deseo ocupa un lugar cada vez más importante. Con este precedente de «Las invasiones bárbaras», el director construyó todo un clásico del cine independiente que resiste excelentemente el paso del tiempo.
9/07/2018

Casi todo el mundo conoce Las invasiones bárbaras (2003), pero muchos a los que sorprendió gratamente esa apología otoñal de la vida y su desasosiego desconocían que la película era en realidad una secuela de El declive del imperio americano, un film del canadiense Denys Arcand que desembocó en las salas de cine europeas a mediados de los años 80 causando una notable —y loable— conmoción entre sus espectadores. Y es que la cinta realizaba una precisa vivisección del desorden amoroso en el que se había instalado, cumplidos los cuarenta años, una generación que años antes había pretendido cambiar el mundo armada únicamente con la munición conceptual de la última filosofía francesa y alemana, desde Sartre a Marcuse, pasando por Adorno, Foucault, Derrida y desde luego Althusser.

Uno de los grandes aciertos de la película es esa particular mezcla de cultura y barbarie que destilan todos sus personajes, rematadamente cultos y refinados en todo lo tocante a los asuntos públicos y profundamente primitivos y toscos en sus comportamientos más íntimos

Porque los protagonistas de la cinta son profesores universitarios canadienses y francófonos. Precisamente uno de los grandes aciertos de la película es esa particular mezcla de cultura y barbarie que destilan todos sus personajes, rematadamente cultos y refinados en todo lo tocante a los asuntos públicos y profundamente primitivos y toscos en sus comportamientos más íntimos. Y es uno de los grandes aciertos por el desconcierto que provoca que los propios personajes no sean conscientes del desacuerdo entre sus palabras y sus hechos, lo que desacredita todos sus nobles propósitos y evidencia la hipocresía en la que están tan cómodamente instalados. Los protagonistas habrán sido existencialistas, anticolonialistas, marxistas o estructuralistas a lo largo de su vida, pero en todo caso nunca pretendieron ser estoicos —ni han soportado el dolor ni mucho menos se han abstenido del placer— ni se han infligido a sí mismos aquella máxima de Mahatma Gandhi que afirmaba que si quieres cambiar el mundo, empieza por cambiarte a ti mismo. Un pensamiento que les parecería demasiado naíf y poco elaborado a mentes tan sofisticadas. Todo lo contrario. Este puñado de intelectuales se entrega al placer con denuedo y sin el más mínimo remordimiento para acabar descubriendo que, como alertó Epíctecto casi dos mil años antes, el deseo y la felicidad no pueden vivir juntos.

Las mujeres de la película, en cambio, se esfuerzan por desembarazarse de la ruta marcada y buscan su propio itinerario emocional. Un camino personal en el que la satisfacción del deseo ocupa un lugar cada vez más importante

Por el largometraje deambulan hombres y mujeres que vivien situaciones desparejas. Es evidente que el film tiene mucho de retrato generacional —si bien su tesis podría ser perfectamente atemporal— y que el masculino es el flanco sobre el que el director descarga la mayor parte de su artillería crítica: ese gran macho americano —entiéndase: occidental— seguro de sí mismo y de sus capacidades intelectuales que no tiene ningún reparo en hacer compatible el compromiso matrimonial con el excursionismo sexual periódico. Las mujeres de la película, en cambio, se esfuerzan por desembarazarse de la ruta marcada y buscan su propio itinerario emocional. Un camino personal en el que la satisfacción del deseo ocupa un lugar cada vez más importante. Recordemos que aquello eran los años ochenta, sólo diez años después de que Shere Hite publicara su polémico estudio sobre la sexualidad femenina —destapando un altísimo grado de insatisfacción— y treinta y dos años antes de que en el gobierno español, por ejemplo, hubiera más ministras que ministros. Ahora sabemos más, es cierto. De hecho lo sabemos todo pero no podemos hacer nada. La pregunta es si, ahora que somos más conscientes de que no es tan fácil cambiar el mundo, también hemos renunciado a cambiarnos a nosotros mismos. Quizá ahora seamos impotentes pero más honestos. O quizá tampoco.

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