A raíz de esa aspiración, los sujetos no dejamos, por un lado, de evitar el dolor y el displacer, y, por otro, de experimentar intensas sensaciones placenteras. En sentido estricto -concluye Freud su argumentación-, el término “felicidad” solo se aplica al segundo fin, por él denominado “principio del placer”.

Un placer que, si bien lo asociamos casi inmediatamente con la sexualidad, se extiende a multitud de ámbitos relacionados con la disminución de ese displacer, tales como la comida, la bebida, la compañía, el descanso, la diversión o el propio sexo. Ámbitos donde el disfrute de algo guarda, paradójicamente, relación con el displacer que evitamos satisfaciendo esas necesidades.

De manera que el placer aparece indisolublemente ligado con el displacer, en tanto los seres humanos -con mayor o menor conciencia- sentimos la amenaza del sufrimiento que nos llega del propio cuerpo, de las tensas relaciones con otros seres humanos y de la intemperie, por citar las tres fuentes primordiales enunciadas por el mismo Freud, de ahí que anhelemos la felicidad que proporciona ahuyentar tamaña amenaza.

La sociedad del bienestar está pensada precisamente para eso: para que los sujetos vivamos plácidamente. Sin embargo, una vez nos acostumbramos a ello, el placer se entibia, favoreciendo la demanda de una mayor intensidad en busca de ese “más allá del principio del placer” que Freud vinculaba con cierta pulsión indómita. Y, así, el placer y el displacer adoptan nuevas formas, provocadas por esa tensión superior.

El III Premio Internacional de Carteles MAKMA pretende someter a debate esa tensión entre el placer y el displacer, tan consustancial a lo humano, animando a cuantos se sientan concernidos por ello a reflejarlo plásticamente. Algunos de los ámbitos donde esa dialéctica se produce ya han sido enumerados, pero caben otros. Al igual que la búsqueda del placer y la evitación del dolor pueden dar lugar a múltiples e imprevistas conexiones.